Felipe Romero (que escribe en el magnífico blog Taller de Toros) ha tenido la amabilidad de traducir en Español nuestra última entrada.
Ryan McGinley
A menudo es
necesario volver a lo básico para tratar de entender un poco. La
muerte del toro es el acto fundacional de la corrida de toros, la
puesta en escena de la muerte, que se celebra y glorifica. No es un
asesinato ordenado por motivos ocultos, venganza, miedo o disfrute,
sino una muerte fatal que puede dibujar sus fundamentos en los ritos
antiguos y mitológica o más prosaicamente en los imperativos
económicos de la ganadería para sacrificio. Una muerte sencilla. El
pollo es sacrificado a los 40 días, el pavo a 100 días; el toro
entre los 48 y 72 meses.
Rembrandt
El toro no tiene necesidad de justificar su
muerte: ésta se inscribe en su propio “ser-toro” al igual que el
torero no tiene que justificar su acto de director de la muerte que
forma parte de su “ser-torero” Ningún torero se convierte en
matador para vengarse de un toro que le hubiera importunado en un
camino en el campo, o por el placer de envainar su espada en el
cuerpo de un bovino más allá de todos sus principios morales…
Antoñete
Y después está
el día de la corrida, el público, la plaza, el encuentro, el
enfrentamiento de dos seres vivos que no tienen ninguna razón para
obedecer a su función teórica, pero que están sometidos a los
caprichos de los sentimientos, de los estados de ánimo, de las
pasiones. La corrida es una sucesión de acontecimientos, de puestas
en escena de las relaciones de fuerza que constituyen una
dramaturgia, una historia, un desarrollo narrativo. Los actores se
distribuyen los papeles, el gentil, el traidor, el bruto, el
inocente, el amenazador, la víctima, organizando así una serie de
hechos cronológicos en un escenario lógico (el famoso "post
hoc, ergo propter hoc” de los latinos “después de esto, luego
debido a esto”) cuyo resultado aceptable y aceptado es la muerte
del toro. Por tanto es necesario que esta muerte aparezca a los ojos
de los espectadores como algo normal, lógico, bienvenido y no como
absurda, anormal y repugnante.
Goya
Es difícil concebir matar como algo
que no sea una sentencia a muerte. Si esto aparece como un hecho sin
relación con lo anterior, como un acto forzado, infligido a una
criatura, sin ninguna justificación moral, esta muerte se convierte
en inquietante. En la tauromaquia antigua, la anterior al gran giro
que supuso la imposición del peto, esta justificación era
superflua: una mirada a los cadáveres de los caballos o el recuerdo
de sus entrañas colgando, ponían bien a la vista que había una
buena razón para acabar con esta bestia peligrosa. Hoy en día la
relación entre el comportamiento del animal y el hecho de darle
muerte es más ambigua. O el toro manifestó poco entusiasmo por la
batalla, se mostró manso y consideramos que es despreciable por lo
que lo condenamos, o el toro se mostró incierto, peligroso,
complicado y su muerte será un alivio tanto para el torero como para
el público. Pero si el toro pertenece a esta nueva raza de
bovinos creados a partir de la selección genética, del uso de
programas informáticos, si es la síntesis soñada de animal y
carretón que embiste pero no ataca, que permite todas las fantasías
creativas de los toreros, que humilla, que tiene clase, recorrido,
nobleza etc. (el toro que colabora: es así como se define), resulta
que el momento de matarlo provoca molestia. ¿Qué ha hecho mal?
Puedes preguntar. No sólo no ha puesto a nadie en peligro sino que
se ha comportado del modo que desean todos los toreros permitiendo
que hagan alarde de su talento.
Luis Fernández Noseret
Incluso si el torero, a la manera de
un José Tomás, ha creado situaciones peligrosas que el toro no
deseaba provocar, la estocada aparecerá justificada. Pero cuando se
trata de uno de esos domadores de animales domésticos que conocen
tan bien como aplastar la resistencia de estos animales, la muerte
del animal pierde su significado. Entonces nuestra preocupación
cuando llega la hora de matar, para nosotros habituados a las
corridas o aficionados, se vuelca en la buena ejecución de la suerte
y en su eficacia, en la promesa del triunfo, olvidándonos (yo al
menos) que se trata de matar, de poner fin a la vida de una criatura,
lo que no deja de tener cierta seriedad. Los indultos provienen
esencialmente de la molestia que provoca una muerte sin motivo a la
vista de un público que respondió con razón en nombre de los
principios que aficionados y profesionales han dejado fácilmente de
lado.
El peligro no es
un componente opcional en la corrida. Y aunque no se va a las
corridas de toros para ver arrojar a un hombre en ofrenda a los
cuernos de la fiera, el gran público, ese que llena las gradas y las
bolsas de los profesionales, ese que creó los grandes entusiasmos
por los toreros que están en los anales de la tauromaquia, ha
entendido y está a la espera de que se cumpla su deseo de temblar de
admiración y que no se olvide la naturaleza misma del espectáculo
que descansa sobre la presencia en la arena de un hombre frágil y de
una fiera salvaje, ésta intentando cornear al primero y el segundo
engañando al otro con elegancia.