05 décembre 2012

Vox Populi - Versión Española

 

Una escena famosa de la película El 7o Sello de Bergman muestra al Caballero que emprende con la Muerte una partida de ajedrez que debe determinar su destino. Por supuesto, la Muerte acaba por ganar la partida, el enfrentamiento por tablero de ajedrez interpuesto es sólo una ilusión de esperanza: no vencemos el Destino.
Pues bien, es la misma cosa en la corrida. No obstante, el que se pelea contra la Muerte, es el toro, y en el papel del Destino ineluctable, el hombre, el torero. Estos veinte minutos que dura el combate del toro en el ruedo son una imagen de una vida, con sus pruebas, sus luchas, sus victorias, sus fracasos y su fin; y esta vida, es la nuestra. Paradójicamente, nuestro representante en la plaza a nosotros, los espectadores, es el toro; el torero, el matador, es la figura del destino, de la muerte, contra el cual el toro lucha vanamente, desesperadamente.
En realidad, es el único que se pelea. El torero en ningún momento lucha contra él, como le hacían los gladiadores, entrando en pista con una arma y luchando a muerto contra él. No, jamás ataca, sino sufre los asaltos, las embestidas, que desvía por medio de los engaños que huyen constantemente. Cuándo lleva golpes, son castigos, que castigan el temerario que encarga la montura o quien se atreve a perseguir al hombre.
La corrida no es un combate, sino la ceremonia de la muerte del toro.
El problema, es que el hombre que desempeña el papel del Destino en esta representación no es siempre una criatura extraordinaria como el personaje al que interpreta. Ante todo, es vulnerable, contrariamente a la Muerte en el drama de Bergman, y el temor de la herida quita fácilmente las ganas de heroísmo; y luego forzosamente no es muy hábil para desempeñar su misión, este arte es difícil; por fin, el halago de los aplausos a menudo crece al deseo de gustar, a veces a la muchedumbre, porque es la muchedumbre que agita los pañuelos al fin. Pues, puede dejarse tentar por pequeñas negligencias, faltas ocasionales, hábiles recursos, efectos fáciles que hay que poner en ejecución



El otro problema, es que si la corrida obedece a un reglamento, no tiene reglas. Por cierto todo es codificado, la sucesión de los acontecimientos, la orden de intervención de los toreros, la dimensión de las puyas, la madera de las banderillas, la talla de las espadas, pero ningún artículo se señala cómo por servirse de estos instrumentos, donde colocar la pica, cómo poner las banderillas. Del buen uso del capote, de la muleta, del arte de llevar el espadazo nunca es cuestión. De hecho, cada uno puede hacer lo que bueno le parece: pinchar en la penca, poner las banderillas en el vientre o plantar la espada en el costado. En todos los deportes de combate, de enfrentamiento, árbitros, jueces se preocupan por el respeto de las reglas, comportamientos buenos, en virtud de códigos que catalogan los actos lícitos y los gestos prohibidos. Nada de todo esto en la corrida. El presidente tiene pañuelos de todos los colores pero no tiene tarjeta amarilla.

George Wesley Bellows, Stag at Sharkey’s (1909)

Es el público que debe estar de guardia para que todo se pase bien, de modo más digno, más respetuoso de los usos buenos, haciendo aplicar el código no escrito de las buenas formas del toreo. Es el depositario. Algunas son simples y el gran público sabe hacerlas respetar: no toreaer un toro que cojea o se rompe un pitón, no despedazarle la espalda con la pica, no mecharlo de golpes de espada a la muerte etc. Otras son más complejas y entremezclan preocupaciones técnicas, éticas y consideraciónes estéticas, y son bien conocidas de espectadores advertidos: tratan de la posición del torero frente al toro, su inmovilidad, que cuelga la embestida, la trayectoria impuesta el toro, la manera de realizar la estocada etc.
Pero ellas todas expresan el mismo imperativo: tratar el toro con dignidad.
Y hasta ponerlo, por lo menos momentáneamente, en situación de hacer la sola cosa que sepa hacer: dar un golpe de pitón. Frente a un torero inteligente y experimentado que actuaría con prudencia, el toro no tiene ninguna posibilidad de alcanzar a su adversario. Hace falta que el hombre sea generoso y que, a sabiendas, él torée con un modo razonablemente arriesgado; y hasta inconscientemente, si es posible, buscando la elegancia, la armonía, dejándose embriagar por las ganas de realizar algo bello, una obra de arte, sin preocuparse solamente de su seguridad y de la técnica. En la corrida, la estética es fiadora de la ética.

 Diego Puerta

En resumen, hay que aceptar una parte de peligro, correr el riesgo de la cornada. La cobardía no es permitida y un poco de locura es bienvenida.
El toro es un animal hermoso, orgulloso, indómito, no muy inteligente, y, a grados diversos, dotado, de valentía y de nobleza, estas calidades que hicieron el grandor de la caballería. El toro que se lanza al asalto del caballo con su peto, es Roland a la cabeza de su pequeña tropa que empieza la batalla, perdida por anticipado, contra los nubarrones de soldados enemigos. Un héroe. Puede ser nuestro duplicado.
Comportándose bien, el hombre, el torero, da una lección al Destino, al que rige nuestras vidas. El areópago de los espectadores vigila por eso.