Agradecemos especialmente a Felipe Romero (http://tallerdetoros.blogspot.fr/) por su impecable traducción en español y su apoyo siempre alentador.
Dibujo de Trisha Brown
Si torear es un arte, es uno de los más singulares. De él no resulta ningún objeto como en la pintura, la fotografía o la escultura, ni una traza que ayude a la reproducción, como una partitura musical o en los símbolos coreográficos, ni un apoyo a la actualización de la obra como la película o el libro. Ciertamente hay músicas no escritas, danzas no coreografiadas, obras gráficas no fijadas en un soporte… pero nada las impediría tal como son a priori o a posteriori. Pero si bien el toreo se parece a estas artes de la improvisación, de lo efímero, tiene su particularidad que lo distancia de estas artes del instante.
El toreo es un proceso. Un proceso hacia una idea, una noción, una imagen concebida y no descrita, informal e interna, probablemente colectiva. Una modificación, una transformación o transmutación. Una pedagogía. 20 minutos para cambiar una bestia inocente y violenta en una criatura culpable y sumisa. 10 minutos para conquistar el derecho de darle muerte. Este proceso se fragmenta en secuencias independientes e interactivas, donde el gesto técnico hecho eficiente por su estética y estético por su eficiencia, adquiere, por la voluntad del torero, una carga emotiva de orden artístico e indirectamente ético.
Anne Teresa de Keersmaeker - Fase -
Este proceso, por definición, está constituido por una serie de acciones-consecuencias, en las que la pertinencia y la calidad son cuestionadas sistemáticamente por lo que se hace y por lo que sucede a continuación. Es un fenómeno de juicio retrospectivo. Un pase es bueno si el pase siguiente es bueno o puede ser bueno. Lo mismo es para las series de pases. Y lo mismo ocurre con la secuencia de los distintos tercios.
Alfred Eisenstaedt - Enfants au spectacle de marionnettes - Paris 1963
El toreo es un arte en el futuro. No de lo hecho, no de lo que se está haciendo, sino de lo que se va a hacer. Es un arte de la angustia. Por supuesto de la angustia del accidente (pero ésta no le pertenece), pero sobre todo de la angustia de elegir, la angustia de sus consecuencias, de la buena ejecución del siguiente gesto, de la soledad frente a dos fuentes de exigencias: el toro y el público. « ¿Cómo va a reaccionar? ¿Cómo van a reaccionar?». El arte del «Ojalá…», tanto para el torero como para el espectador, durante el desarrollo de la corrida, pero también durante toda una vida de aficionado o de torero.
Rezar.
Se comprende entonces, la adicción de los taurinos por la fijación de imágenes, fotos, reliquias, recuerdos. Arte retrospectivo y prospectivo a la vez, el toreo está en constante desfase con el momento presente.
William Eggleston
Es también, por consiguiente, un arte del remordimiento.
La tranquilidad, decididamente, no es un estado de ánimo del taurino".
Si « toréer » est un art, cet art-là est des plus singuliers. Il n’en résulte aucun objet comme la peinture, la photo ou la sculpture, ni une trace qui aide à la reproduction, comme une partition musicale ou les symboles chorégraphiques, ni un support à l’actualisation de l’œuvre, comme le film ou le livre. Certes, il existe des musiques non écrites, des danses non chorégraphiées, des œuvres graphiques non fixées sur un support… mais rien n’empêcherait qu’elles le soient, à priori ou à postériori. Mais si le toreo s’apparente à ces arts de l’improvisation, de l’éphémère, il a sa particularité qui l’éloigne de ces arts de l’instant.
Le toreo est un processus. Un processus vers une idée, une notion, une image conçue et non décrite, informelle et interne, probablement collective. Une modification, une transformation ou transmutation. Une pédagogie. 20 minutes pour changer une bête innocente et violente en une créature coupable et soumise. 10 minutes pour conquérir le droit de la mettre à mort. Ce processus se fragmente en séquences indépendantes et interactives, où le geste technique rendu efficient par son esthétique et esthétique par son efficience, acquiert, par la volonté du torero, une charge émotive d’ordre artistique et indirectement éthique.
Anne Teresa de Keersmaeker -Fase-
Ce processus, par définition, est constitué d’un enchaînement d’actions-conséquences dont la pertinence et la qualité sont systématiquement remises en cause par l’action et les séquences suivantes. C’est un phénomène à jugement rétroactif. Une passe est bonne si la passe suivante est bonne ou peut être bonne. Il en est de même pour les séries de passes. Il en est de même pour l’enchaînement des tercios.
Alfred Eisenstaedt - Enfants au spectacle de marionnettes - Paris 1963
Le toreo est un art dans le futur. Non de la chose faite, non de la chose en train de se faire, mais de la chose qui va se faire. Il est un art de l’angoisse. Bien sûr de l’angoisse de l’accident, (mais cela ne lui est pas propre) mais surtout de l’angoisse des choix, l’angoisse de leurs conséquences, de la bonne réalisation du geste suivant, de la solitude en face de deux sources d’exigences : le toro et le public. « Comment va-t-il réagir ? Comment vont-ils réagir ? ». L’art du « pourvu que.. », tant pour le torero que pour le spectateur, pendant le déroulement de la corrida, mais aussi pendant toute une vie d’aficionado ou de torero. Prier.
On comprend donc l’addiction des taurins pour la fixité des images, des photos, des objets, des reliques, des souvenirs. Art rétrospectif et prospectif à la fois, le toreo est sans cesse en décalage avec le moment présent
William Eggleston
Il est aussi un art du regret, par voie de conséquence.
La tranquillité n’est décidément pas un état d’âme de taurin.
Felipe Romero (que escribe en el magnífico blog Taller de Toros) ha tenido la amabilidad de traducir en Español nuestra última entrada.
Ryan McGinley
A menudo es
necesario volver a lo básico para tratar de entender un poco. La
muerte del toro es el acto fundacional de la corrida de toros, la
puesta en escena de la muerte, que se celebra y glorifica. No es un
asesinato ordenado por motivos ocultos, venganza, miedo o disfrute,
sino una muerte fatal que puede dibujar sus fundamentos en los ritos
antiguos y mitológica o más prosaicamente en los imperativos
económicos de la ganadería para sacrificio. Una muerte sencilla. El
pollo es sacrificado a los 40 días, el pavo a 100 días; el toro
entre los 48 y 72 meses.
Rembrandt
El toro no tiene necesidad de justificar su
muerte: ésta se inscribe en su propio “ser-toro” al igual que el
torero no tiene que justificar su acto de director de la muerte que
forma parte de su “ser-torero” Ningún torero se convierte en
matador para vengarse de un toro que le hubiera importunado en un
camino en el campo, o por el placer de envainar su espada en el
cuerpo de un bovino más allá de todos sus principios morales…
Antoñete
Y después está
el día de la corrida, el público, la plaza, el encuentro, el
enfrentamiento de dos seres vivos que no tienen ninguna razón para
obedecer a su función teórica, pero que están sometidos a los
caprichos de los sentimientos, de los estados de ánimo, de las
pasiones. La corrida es una sucesión de acontecimientos, de puestas
en escena de las relaciones de fuerza que constituyen una
dramaturgia, una historia, un desarrollo narrativo. Los actores se
distribuyen los papeles, el gentil, el traidor, el bruto, el
inocente, el amenazador, la víctima, organizando así una serie de
hechos cronológicos en un escenario lógico (el famoso "post
hoc, ergo propter hoc” de los latinos “después de esto, luego
debido a esto”) cuyo resultado aceptable y aceptado es la muerte
del toro. Por tanto es necesario que esta muerte aparezca a los ojos
de los espectadores como algo normal, lógico, bienvenido y no como
absurda, anormal y repugnante.
Goya
Es difícil concebir matar como algo
que no sea una sentencia a muerte. Si esto aparece como un hecho sin
relación con lo anterior, como un acto forzado, infligido a una
criatura, sin ninguna justificación moral, esta muerte se convierte
en inquietante. En la tauromaquia antigua, la anterior al gran giro
que supuso la imposición del peto, esta justificación era
superflua: una mirada a los cadáveres de los caballos o el recuerdo
de sus entrañas colgando, ponían bien a la vista que había una
buena razón para acabar con esta bestia peligrosa. Hoy en día la
relación entre el comportamiento del animal y el hecho de darle
muerte es más ambigua. O el toro manifestó poco entusiasmo por la
batalla, se mostró manso y consideramos que es despreciable por lo
que lo condenamos, o el toro se mostró incierto, peligroso,
complicado y su muerte será un alivio tanto para el torero como para
el público. Pero si el toro pertenece a esta nueva raza de
bovinos creados a partir de la selección genética, del uso de
programas informáticos, si es la síntesis soñada de animal y
carretón que embiste pero no ataca, que permite todas las fantasías
creativas de los toreros, que humilla, que tiene clase, recorrido,
nobleza etc. (el toro que colabora: es así como se define), resulta
que el momento de matarlo provoca molestia. ¿Qué ha hecho mal?
Puedes preguntar. No sólo no ha puesto a nadie en peligro sino que
se ha comportado del modo que desean todos los toreros permitiendo
que hagan alarde de su talento.
Luis Fernández Noseret
Incluso si el torero, a la manera de
un José Tomás, ha creado situaciones peligrosas que el toro no
deseaba provocar, la estocada aparecerá justificada. Pero cuando se
trata de uno de esos domadores de animales domésticos que conocen
tan bien como aplastar la resistencia de estos animales, la muerte
del animal pierde su significado. Entonces nuestra preocupación
cuando llega la hora de matar, para nosotros habituados a las
corridas o aficionados, se vuelca en la buena ejecución de la suerte
y en su eficacia, en la promesa del triunfo, olvidándonos (yo al
menos) que se trata de matar, de poner fin a la vida de una criatura,
lo que no deja de tener cierta seriedad. Los indultos provienen
esencialmente de la molestia que provoca una muerte sin motivo a la
vista de un público que respondió con razón en nombre de los
principios que aficionados y profesionales han dejado fácilmente de
lado.
El peligro no es
un componente opcional en la corrida. Y aunque no se va a las
corridas de toros para ver arrojar a un hombre en ofrenda a los
cuernos de la fiera, el gran público, ese que llena las gradas y las
bolsas de los profesionales, ese que creó los grandes entusiasmos
por los toreros que están en los anales de la tauromaquia, ha
entendido y está a la espera de que se cumpla su deseo de temblar de
admiración y que no se olvide la naturaleza misma del espectáculo
que descansa sobre la presencia en la arena de un hombre frágil y de
una fiera salvaje, ésta intentando cornear al primero y el segundo
engañando al otro con elegancia.
Il faut, comme
souvent, revenir aux éléments de base, pour essayer de comprendre
un peu. C’est la mort du toro qui est l’acte fondateur de la
corrida, la mort mise en scène, célébrée et glorieuse. Non pas
une mise à mort commandée par des arrière-pensées, la vengeance,
la peur ou la jouissance, mais une mort fatale qui peut puiser ses
fondements dans des rites antiques et mythologiques ou plus
prosaïquement dans les impératifs économiques de l’élevage de
bétail pour la boucherie. Une mort simple. Le poulet est abattu à
40 jours, la dinde à 100 jours ; le toro, lui, entre 48 et 72
mois.
Rembrandt
Le toro n’a pas
besoin de justifier sa mort : elle est inscrite dans son
être-toro, tout comme le torero n’a pas à justifier son acte de
metteur à mort : elle fait partie de son « être
torero ». Aucun torero ne devient matador pour se venger d’un
toro qui l’aurait renversé dans un chemin dans la campagne, ou
parce que le plaisir d’enfoncer une épée dans un corps de bovin
dépasse toutes ses lois morales…
Antoñete
Et puis il y a le
jour de la corrida, le public, l’arène, la rencontre,
l’affrontement de deux être vivants qui n’ont aucune raison pour
obéir à leur fonction théorique, mais qui sont soumis aux aléas
des sentiments, des humeurs, des passions. La corrida est une
succession d’événements, de mises en situation de rapports de
force qui constituent une dramaturgie, une histoire, une diégétique.
Les acteurs se distribuent les rôles du gentil, du traitre, de la
brute, de l’innocent, du menaçant, de la victime, organisant ainsi
une suite d’actes chronologiques en un scénario logique (le fameux
« post hoc, ergo propter hoc » des latins : après
ceci, donc à cause de ceci) dont l’aboutissement, la conclusion
acceptable et acceptée est la mort du toro. Il faut donc que cette
mort apparaisse, aux yeux des spectateurs, comme normale, logique,
bienvenue, et non saugrenue, anormale et révoltante.
Goya
Il est difficile
de concevoir une mise à mort autrement que comme une condamnation à
mort. Si celle-ci apparaît comme un fait sans lien avec ce qui
précède, comme un acte plaqué, infligé à une créature, sans
justification morale, cette mort devient dérangeante. Dans la
tauromachie ancienne, celle d’avant le grand virage de l’imposition
du caparaçon, cette justification était superflue : un coup
d’œil aux cadavres des chevaux ou le souvenir de leurs entrailles
pendantes montraient bien qu’on avait raison d’en finir avec
cette dangereuse bête. De nos jours, la relation entre le
comportement de l’animal et sa mise à mort est plus ambiguë. Ou
le toro a manifesté peu d’entrain au combat, s’est révélé
manso et nous l’estimons méprisable, donc condamnable ; ou le
toro s’est montré retors, dangereux, sournois et sa mort sera un
soulagement, pour le torero comme pour le public. Mais s’il
appartient à cette nouvelle race de bovins créés à force de
sélections génétiques, de programmes informatiques, s’il est
cette synthèse rêvée de l’animal et du carreton, qui charge mais
n’attaque pas, qui autorise toutes les fantaisies créatrices des
toreros, qui humilie, qui a de la classe, du recorrido, de la
noblesse etc. (le toro qui collabore : c’est ainsi qu’on le
définit), alors le moment de sa mise à mort provoque le malaise.
Qu’a-t-il fait de mal ? peut-on demander. Non seulement il n’a
mis personne en danger, mais il s’est comporté de la manière que
souhaitent tous les toreros et qui leur permet de faire étalage de
leur talent.
Luis Fernández Noseret
Encore si le
torero, à la manière d’un José Tomás, a su créer les
situations dangereuses que le toro ne souhaitait pas provoquer,
l’estocade paraîtra justifiée. Mais si l’on a affaire à l’un
des dompteurs de fauves domestiques qui savent si bien écraser les
pauvres velléités de révoltes de ces animaux, alors, la mort de la
bête perd sa signification. Notre préoccupation, lorsqu’arrive la
mise à mort, à nous, habitués des corridas ou aficionados, se
porte tellement sur la bonne exécution de cette suerte et sur son
efficacité, gage des récompenses, que nous en oublions (nous…
moi, tout au moins) qu’il s’agit de tuer, d’en finir avec la
vie d’une créature, et que cela ne va pas sans quelque gravité.
Les indultos proviennent essentiellement de ce malaise que crée une
mise à mort sans motif aux yeux d’un public qui réagit, à juste
titre, au nom de principes que les passionnés et les professionnels
mettent facilement de côté.
La composante
« danger » n’est pas facultative dans la corrida. Et
même s’il ne va pas aux courses de toros pour voir un homme jeté
en offrande aux cornes de la brute, le grand public, celui qui
remplit les gradins et les caisses des professionnels, celui qui crée
les grands engouements pour les toreros et permet les heures fastes
de la tauromachie, l’a bien compris et attend qu’on satisfasse
son désir de frisson et d’admirations et qu’on n’oublie pas
que la nature même de ce spectacle repose sur la présence en piste
d’un homme fragile et d’une bête sauvage, celle-ci essayant
d’encorner celui-là et ce dernier bernant l’autre avec élégance.
Je viens de découvrir ce qu’est le Kyūdō et les explications que j’en ai lues m’ont conduit à faire le rapprochement avec le toreo et à me demander s’il n’y avait pas du Kyūdō dans le toreo.
Le Kyūdō… Le chemin de l’arc. C’est un des arts martiaux japonais, issu du tir à l’arc guerrier. Dans sa forme la plus pure, il est pratiqué comme un art dont l’objectif est le développement moral et spirituel de l’individu.
Le maître de Kyūdō, Awa Kenzō photographié pendant la 4ème étape du tir : Uchiokoshi Awa Kenzō fut le maître du philosophe allemand Eugen Herrigel (1884-1955), auteur de l'essai "Le Zen dans l'art chevaleresque du tir à l'arc". Eugen Herrigel a vécu 5 ans au Japon, séjour au cours duquel il a étudié le Kyūdō.
La réussite du tir n’est pas fondamentale, elle n’est pas un but mais une conséquence de l’excellence du geste, de la maîtrise de la technique de tir, de la perfection de la posture corporelle. Il s’exécute selon une procédure très codifiée :
L’enracinement des pieds. L’affermissement de la posture. L’éveil de la vigilance. L’élévation de l'arc. L’extension répartie. L’union. La séparation. La persistance de l'esprit ou continuation du tir. L’abaissement de l'arc.
Mais il réclame aussi l’harmonisation de l’attitude mentale et émotionnelle. Le Maître O Uchi Senseï explique :
« Quelque excellente que puisse être la posture de tir, si l’on devient oublieux de son cœur/esprit, on sombre dans la vulgaire technicité »
Et si cela était aussi valable pour le toreo ?
Photo extraite du documentaire One Shot One Life Bande Annonce
Le toreo, qui lui aussi réclame une perfection du geste et des postures, sombre-t-il dans la vulgaire technicité s’il n’inclut pas le cœur/esprit dans son exécution ?
Peut-on exporter les principes du Kyūdō vers le toreo ? Auraient-ils quelques points communs qui permettent de réfléchir à l’un en analysant l’autre sans dire des extravagances ?
Observons au passage que la procédure pour effectuer le tir à l’arc ressemble étrangement à celle de l’exécution d’une passe de cape ou de muleta : enracinement des pieds, affermissement de la posture…
Fernando Cruz
Et également, que le Kyūdō est à la guerre ce que le toreo de salon est à la corrida. Ils sont l'un comme l'autre la version épurée, purifiée, sublimée, idéalisée de leur art, son essence. Ils ont pour vocation de devenir l’image de référence des arts qu’ils représentent et signifier vers quoi tendent ceux qui les pratiquent. A cet égard, si le toreo de salon de bon nombre de toreros repose sur des concepts voisins et des exécutions identiques (lenteur, tracé, tenue du corps…), les réalités de la piste, du public, du toro, des rivalités, provoquent un éclatement des façons de faire où l’on ne retrouve plus grand-chose de ce que l’on a répété devant la glace.
José Tomás torée de salon
De la même manière, la théâtralité impeccable du geste de l’archer pratiquant le Kyūdō avait peu de chance de se reproduire sur le champ de bataille. Mais peu importe, l’un comme l’autre répètent en silence une gestuelle qui tend vers la perfection : l’enjeu étant de reproduire dans le combat réel la plus grande partie de ce qu’on a travaillé loin des regards.
Enfin, le torero n’est certainement pas étranger aux valeurs de l’archer du Kyūdō. L’opiniâtre recherche du mouvement parfait, exact et esthétique, non seulement dans son tracé, mais parfait aussi par la disposition mentale lors de son exécution, qualités dont dépendent son efficacité. La victoire sur soi-même, plus importante que la victoire sur l’adversaire. La force de caractère, le respect de l’autre. L'harmonie, l'unité entre le lieu, le corps, l'esprit, l’arc et la cible (on aurait pu dire ‘la cape et le toro’). La sincérité et la courtoisie, la discipline, la modestie, l’amabilité, la maîtrise de soi, la pondération. Autant de qualités visées par l’archer et que devrait finir par procurer la pratique du toreo.
Chicuelo. Photo via Pepe Morata
Bon.
Ceci dit, comparaison n’est pas raison, comme dit l’adage.
Et puis la comparaison a ses limites dans la présence d’un élément fondamental et imprévisible, le toro, qui agit à sa guise et peut à tout instant bousculer, non seulement le torero mais aussi le bon ordre, les envies de belles postures que celui-ci tente de mettre en place. Au statisme de l’art de l’archer s’oppose le dynamisme de l’art du torero. Et dans l’absence, dans le Kyūdō, d’une vertu primordiale dans le toreo, le courage. La dématérialisation de l’ennemi, devenu un disque de carton, a rendu inutile cette vertu. Mais cela n’est pas déterminant. Ce qui est intéressant dans ce rapprochement avec le Kyūdō, c’est la hiérarchie des priorités qu’il établit.
Antoñete
Bien sûr, le but du Kyūdō reste l’envoi de la flèche dans le blanc de la cible, comme dans le toreo la domination et la mise à mort du toro. (Disons bien « le toreo », qui correspond à l’activité spécifique du torero, et non « la corrida », qui englobe le destin du toro, le rôle du public et la fonction du matador.) Mais les qualités de l’action pour y parvenir pourraient devenir plus riches que son résultat. D’abord, la précision, la justesse, la maîtrise des gestes ; savoirs, jugement, analyses... On songe aux toreros compétents, aux ingénieurs en tauromachie, tournés vers le toro.
Miguel Angel Perera. Photo de Juan Pelegrín
Ensuite, la beauté, l’harmonie, l’élégance des mouvements ; inventivité, originalité, présence, occupation séduisante de l’espace... Les toreros stylistes, les artistes, soucieux aussi du regard du public.
Morante, Bilbao 2014. Photo ABC
Enfin, le cœur/esprit. L’intensité mentale, les motivations, les forces internes qui poussent lors de l’action tauromachique, courage, dignité ; la pureté de cœur, la nature des relations que le torero entretient avec lui-même, avec l’extérieur, les autres toreros, le public, mais surtout avec le toro, respect, écartant tout bas sentiment, vengeance, vanité, revanche, orgueil. L’élévation de l’âme.. Quelques maîtres, mystiques du toreo, absorbés dans leur intériorité.
Joselito "Arroyo"
Cumuler ces trois facettes et l’art du toreo tend alors vers son abstraction, vers son immatérialité. Le toro devient une image, une allégorie, probablement celle de la mort, tout comme la cible de papier figure l’ennemi de l’archer. Les acteurs se dématérialisent. Le corps, et donc la douleur, disparaissent. La rencontre du torero et du toro, leur affrontement, perdent leur réalité matérielle et deviennent récit, fable, dès leur accomplissement. Tout ce qui est bassement humain, la technique, les recours, la prudence, la peur, sont occultés ou repoussés.
Vérité, pureté, vertu, beauté...
Le toreo comme poème.
« Ici tout n’est qu’ordre et beauté… » dirait Beaudelaire.